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Independientes, pero no ingenuos: emprender en la industria cultural

Por Francisco Matamoros S.


Durante años, en el mundo de las artes y la cultura, ser independiente ha sido para mí sinónimo de libertad creativa, autogestión e incluso resistencia. Sin embargo, en la práctica, ser independiente también ha significado emprender: construir mis propias estructuras de producción, diseñar estrategias de financiamiento, liderar equipos y —aunque a veces incomode— aprender a vender mis proyectos.

Estar en la industria cultural hoy exige mucho más que esfuerzo y pasión. Requiere, como suelo decir en mis charlas, ser un "imageniero comercial": alguien capaz de transformar ideas en productos culturales que no solo conmuevan o desafíen, sino que también circulen, se sostengan y encuentren sus públicos.

Estoy convencido de que el creador independiente necesita hoy un doble lenguaje: el del arte y el del mercado. Uno sin el otro puede volverse irrelevante o insostenible. Sé que esta afirmación toca una fibra sensible. Por mucho tiempo, incluso yo mismo lo creí, se pensaba que hablar de presupuestos, indicadores, propuestas de valor o modelos de negocio era una forma de “contaminar” lo artístico. Pero esa mirada, aunque romántica, hoy me resulta obsoleta. Las políticas públicas son inestables, los fondos concursables son limitados y la competencia es cada vez mayor. En este contexto, emprender no es una opción: es una necesidad.


No basta con tener una buena obra, un espectáculo bien montado o un festival soñado. Es necesario saber cómo diseñar una propuesta clara, presentar un pitch sólido, identificar audiencias y construir una narrativa que no solo emocione, sino que también convenza. En ese punto de cruce entre sensibilidad y estrategia, es donde creo que emerge con fuerza la figura del artista emprendedor.


No estamos fuera del sistema comercial. El error está en pensar que lo estamos. La diferencia es que nuestros productos son simbólicos, pero deben gestionarse con el mismo rigor que cualquier otro proyecto económico.


Por eso creo firmemente que la formación en gestión cultural, marketing, economía creativa y comunicación estratégica ya no son herramientas opcionales: son herramientas de supervivencia. Y más aún, son herramientas de poder. Porque un creador que comprende el ecosistema en el que se mueve es un creador que puede incidir, negociar y transformar su entorno.

Ser independiente, entonces, no significa estar solo ni desprotegido. Significa asumir el control de mi propio camino con una mirada crítica, creativa y estratégica. Significa formar redes, aprender a hablar múltiples lenguajes y, sobre todo, dejar de temerle al acto de vender como si fuera una traición al arte.


No se trata de convertirme en una marca vacía, sino en un emisor consciente del valor que llevo. Soy portador de sentido, pero también gestor de impacto.


Tal vez es momento de redefinir lo que entendemos por independencia en cultura. No como aislamiento ni como precariedad aceptada, sino como la posibilidad real de emprender con sentido, crear con libertad y habitar el mercado sin perder la integridad creativa.

 
 
 

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