La Merce Matus es mucho más que una artista: es una fuerza imparable que trasciende las fronteras de la danza y la performance, transformando su cuerpo y su arte en un canal de expresión libre, audaz y sin límites. En Europa, la describen como un cuerpo sin fronteras definidas, un canal abierto, sin ataduras biológicas o culturales. Una diva o divinidad, donde el rito es su cuerpo, un ser que convierte el escenario en un espacio de resistencia y reivindicación. Pero su arte es más que eso: es un manifiesto de libertad, un grito de identidad y una celebración de la diversidad. Su impacto ha resonado en prestigiosos festivales y plataformas internacionales, dejando una huella profunda y abriendo camino para nuevas generaciones de artistas.
Su incansable dedicación y determinación la llevaron a lograr lo que nadie antes ha logrado de la escena nacional en el extrajero: ser finalista en los Premios Max 2022 de España, el mayor reconocimiento en las artes escénicas del país, convirtiéndose en la primera y única chilena en alcanzar esta distinción. Además, hizo historia al ser la primera artista chilena en presentarse en el majestuoso Teatro Romano de Mérida durante el 69º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, y la primera artista trans-migrante en ser reconocida en este escenario. Su hito quedó inmortalizado en el documental Mapa a Pandataria, dirigido por Javier Clarke y difundido en la plataforma CaixaForum+, donde comparte escena con figuras icónicas de la cultura española como Gemma Cuervo, Elio Toffana y Cayetana Guillén-Cuervo.
Pero más allá de los premios y los escenarios, La Merce Matus es una creadora que se ha forjado su propio camino con valentía y autenticidad. Bailarina, performer y artista escénica travestí, su pasión por la escena voguing, la runway y los lenguajes artísticos la han llevado a reinventar la manera en que habitamos el cuerpo, rompiendo paradigmas y desafiando las identidades binarias. Su búsqueda artística es constante, y su formación es el reflejo de su compromiso con la excelencia: posee un Máster en Prácticas Artísticas y Cultura Visual en la Universidad de Castilla-La Mancha y el Museo Reina Sofía, además de estudios en arte y profesiones artísticas en UC3M-CBA Madrid. Su talento ha sido impulsado por becas y residencias en las plataformas de danza y performance más prestigiosas, consolidando su evolución como una de las voces más poderosas de la escena actual.
A lo largo de su carrera, ha trabajado con los más grandes. Ha colaborado con Luz Arcas, Premio Nacional de Danza de España, en obras como Somos la Guerra y La Buena Obra, y ha sido dirigida por Chevi Muraday en Pandataria. En el cine, ha participado en el documental Mapa a Pandataria y en la película ganadora del Oscar Una Mujer Fantástica de Sebastián Lelio. En la música, formó parte del innovador proyecto Norma de Mon Laferte, ganador del Latin Grammy, y ha trabajado con diseñadores, arquitectos y directores de teatro en proyectos que desafían los límites del arte.
Y el 2025 será solo el comienzo de un nuevo capítulo en su historia. Su talento sigue expandiéndose con su debut como actriz y bailarina en las series Mariliendre de Atresplayer y Furia de HBO Max, además de la película Miss Carbon, dirigida por Agustina Macri, compartiendo elenco con Lux Pascal. Al mismo tiempo, sigue explorando nuevas fronteras artísticas con compañías de danza contemporánea como La Phármaco y Cía Miquel Barcelona, mientras desarrolla su próxima obra, The Bailaora, respaldada por Replika Teatro y la Universidad Carlos III de Madrid.
Entre sus múltiples reconocimientos, destacan el Premio Illo 2023 por la coreografía ANÓMALAS, el Premio del Jurado Joven 2023 en el Certamen Coreográfico de Madrid y diversas becas y residencias que han impulsado su carrera. Pero su legado va mucho más allá de los galardones. Su arte es un acto de resistencia, un faro para quienes buscan su lugar en el mundo y una prueba de que los límites solo existen para ser desafiados.
La Merce Matus no solo baila, crea y desafía. Ella inspira, transforma y deja una marca imborrable en la historia del arte escénico. Su trayectoria es un recordatorio de que la autenticidad, la valentía y la pasión pueden abrir cualquier puerta y romper cualquier barrera.
Para conocer aún más sobre su increíble camino y su visión del arte, le realizamos la siguiente entrevista a La Merce Matus, donde comparte sus inspiraciones, desafíos y reflexiones sobre su impacto en la escena contemporánea.
1. Creciste en Cerrillos en un entorno familiar donde la danza y las festividades tradicionales tenían un papel central. ¿De qué manera tu crianza influyó en tu camino artístico y en la forma en que abordas tu trabajo hoy?
Antes que comenzara a preguntarme sobre la identidad, el arte, la libertad, o lo que fuese, ya estaba el baile en mí. Recuerdo estar sumergida en ensayos y bailando durante largas horas en pasacalles, bien montada, con capa, chaqueta, coraza, pantalón y botas, y esa máscara de diablo de latón tan pesada. Íbamos asombrando a la gente y haciéndola cómplice con la música que nos acompañaba. Durante años tuve la oportunidad de palpar la realidad de distintas poblaciones de Santiago y a lo largo de Chile. Viendo desde pequeña todo eso que a muchos les avergüenza o lo censuran: pobreza, desigualdad, injusticia, dolor, etc. Un país que no se cuenta y del que yo también venía. Además, de su gente y paisajes llenos de riquezas.
De alguna forma, bailábamos todo eso, le creíamos a los más viejos cuando decían que así se pasaban las penas. Pero siendo niñe, mi obsesión y mi mirada se dispersaban en el brillo de los tocados y en el movimiento de las hombreras de las cholitas, que lo hacen con grácil sonrisa y con tanta elegancia. Las faldas plagadas de lentejuelas, con imponentes dragones multicolores y esas máscaras llenas de recovecos, ojos sobresalientes y ángulos afilados.
Me gusta contar que, de pequeña, veía a mi madre poner una lentejuela, luego una mostacilla y pasar el hilo, una tras otra, con una paciencia inexplicable. Todos los vestuarios los zurcía a mano. Éramos cuatro hijas bailando en esa cofradía dedicada a la Virgen del Carmen, y que cada año, si tenías plata, podías ir a la festividad más importante, La Tirana. Imagínate lo que era eso. Mi madre, si no estaba en su trabajo de enfermera, estaba cuidándonos y haciendo distintas cosas con tejidos o algunas manualidades que luego intercambiaba o vendía. Mientras la observaba, también aprovechaba para mezclar mis pies y manos con el barro del jardín de casa, soñando que hacía macetas o surcos para sembrar algo. Siendo la menor, tus hermanas, tus abuelas, tías y madre, son tu referencia. Era mi espacio de sobrevivencia y libertad.
Todo esto que te cuento está conmigo en la actualidad, ni siquiera lo pienso. Lo veo en mi hermoso color de piel marrón, en mi cara, en mi pelo, en mi manera de bailar, una mezcla inclasificable. Estoy llena de estos relatos, esa es mi diferencia, no me da miedo y eso no se enseña. Discurre en mi trabajo artístico y punto. Pongo el cuerpo en este territorio como una diosa del tamarugal, que viene con abundancia a pasearse y hacer temblar los templos que se han levantado aquí, invocando y soñando ese brillo auténtico de lo que está por fuera. Siempre intentando tocar lo extraño, lo que no se dice, bailando con ardor para deslizarse de la norma. Así que te diría que en todo, mi crianza influyó absolutamente en todo.
2. Tu obra transita entre la danza, la performance y el teatro, explorando corporalidades disidentes. ¿Cómo defines tu identidad artística y de qué manera la construyes a través de tus interpretaciones?
Siendo sincera, diría que, como creadora, me seduce cada vez más lo que se fuga de la idea de un "yo" estable, rígido e inequívoco. Con lo cual, creo que he abandonado la cuestión de la identidad como la conocemos, tanto en lo artístico como en lo personal. Mi sentir le da más valor a los impulsos y a cuestiones vitales de mi propia situación en el mundo. No intento alcanzar algo en concreto o llegar a ser un objeto de uso, somos proceso y es ahí donde quiero estar.
Soy y me reconozco travesti porque existimos y me permite pensar esa realidad normativa que ya está producida, y agrego bailarina y migrante porque me recuerda de qué estoy hecha y de qué realidades estoy más cerca. Pero nuestra existencia no se limita a eso, estamos llenas de riqueza e intuición. Esa escucha profunda del cuerpo, pues muchas veces hace más que un concepto o una imagen nítida. No todo tiene que pasar por la legibilidad de un otro o un estado que lo reconozca.
Crear y ser intérprete es una cuestión de curiosidad, de afectos y relaciones. Es decir, estás disponible a distintas intensidades, fuerzas que transitan fuera y dentro de una, y lo que intentas hacer es hacerlas convivir en ti y, como mucho, facilitarles el cuerpo con la precaución de no ser capturada. Dedicada principalmente a las artes escénicas, me gustan los relatos que desmontan la idea de linealidad y coherencia. Estamos hechas a trozos, y todo lo que quiero hacer aparecer quiere ir en esa dirección. Voy a ciegas y va creándose un archipiélago, una cordillera, algo que se relaciona entre sí pero funciona de manera independiente también.
Me encanta todo lo que se relaciona con el delirio, lo instintivo, lo salvaje, lo que no se alcanza a decir o se dice de otro modo. Afinar la imaginación política, así como soñar a nosotras mismas, es fundamental. La película Holy Motors se acerca muy bien a esto que siento cuando estoy creando. Y no puedo dejar de volver una y otra vez a Camila Sosa, Marlene Wuayar, Claudia Rodríguez, Lohana Berkins, todas madres travestis. Me encanta la cultura visual, el teatro y la danza. Allí dejo mi vida, pero por lo general me fascina inspirarme en artistas, activistas y escritoras que nutren mi imaginación y amplían mi noción sobre el cuerpo político, social o poético. Es mi manera de dar anchura y profundidad a lo que sea que estoy tramando.
3. En 2022 fuiste finalista en los Premios Max como Mejor Intérprete en Danza, convirtiéndote en la primera chilena en recibir este reconocimiento. ¿Qué representó para ti este logro y cómo ha influido en tu carrera?
Había sido dirigida por Luz Arcas, artista y coreógrafa malagueña, premio nacional de danza, a quien quiero y admiro profundamente por sus búsquedas y creaciones que van más allá de cualquier marco conceptual. Una especie de baile que desencaja, extraña, sacude y que no pretende alinearse con miradas conservadoras. Vengo trabajando con ella desde 2018, y depositó su confianza en mí con la intención de invocar una presencia sobrenatural, una divinidad. Es a ella a quien más le agradezco todo esto, pues sigo aprendiendo muchísimo a su lado.
De alguna manera, sentí que en ese baile canalizaba años de aprendizaje, crecimiento y trabajo arduo, y que bailaba también con una red cultural y ancestral poderosa, con el conocimiento de grandes mujeres de mi familia y artistas que he tenido cerca mientras vivía en Chile. Principalmente mujeres que he sentido mentoras, como Elizabeth Rodríguez, coreógrafa chilena de una trayectoria sin precedentes. Sus palabras y consejos siguen orbitándome, eso es precioso.
También entendí que estaba siendo observada y señalada por aquellos que se relacionan directamente con la industria cultural en España, lo cual comprobé al ver que mis meneos de bicha estaban haciendo efecto. Fue una conmovedora sorpresa y apertura.
Quiero destacar que, ahora mismo en Madrid y Barcelona, que son los lugares por donde más transito, hay una cantidad de artistas chilenas fenomenales, como latinoamericanas y de otras latitudes. Cuando llegué, solo éramos unas cuantas, pero ahora hay más comunidad. La Norma Pérez, por ejemplo, reside en Barcelona, artista travesti multidisciplinar chilena. Me parece fuera de serie.
Yo sigo haciendo lo que hago: usar y poner el cuerpo, sostenida en el misterio de nuestras historias, ancestralidades, siendo permeable a los encuentros, abrazando mis tránsitos, la ciudad y lo que queda fuera, sus creadoras y su gente. Creo en el encanto y la magia de lo que una hace y lo que eso hace.
4. Fuiste la primera artista trans migrante en presentarse en el Teatro de Mérida, un hito para la comunidad LGBTQ+ en las artes escénicas. ¿Cómo viviste esta experiencia y qué mensaje quisiste transmitir con tu participación?
De lo más conmovedor y alucinante que he vivido hasta ahora. Son de esas experiencias que te dejan borracha, llena de goce y con el cuerpo desbordado. Piensa que son más de tres mil personas que caben en ese teatro. Plantarse allí te precipita a una amplificación del cuerpo como nunca antes lo has vivido. Tienes que percibirte monumental, arrolladora, y así fue. Yo me sentía radiante, muy apañada por mis compañerxs, como el caso de Cayetana Guillén-Cuervo, quien me regaló consejos que son y seguirán siendo oro. El equipo en general y el festival nos hizo sentir especialmente acogidas. Una especie de bendición, lo contrario a un castigo.
Mencioné en distintas entrevistas que me parecía un salto en las artes escénicas que festivales de esta envergadura y otros acogieran propuestas de este tipo y dejaran de hacer como si corporalidades no normativas no existiéramos. A la industria cultural no le queda de otra que comprometerse con nuestro arte, nuestra belleza, nuestra furia. Estamos y vamos a seguir iluminándolo todo.
En pocas palabras, la obra va sobre la diferencia, los marginados y cómo construir un territorio donde quepamos todxs. Aquí nuestras cuerpas disidentes y travestis tienen mucho que decir, y lo hice de la manera que sé hacerlo. En escena, me enterraban viva, para luego renacer. Si en la primera mitad de la obra volaba, la media hora restante me tocaba hacerme omnipresente y hacerles sentir de qué estamos hechas. El mensaje era claro: estamos en todas partes y no nos borrarán jamás.
Como población trans, travesti, nos pensamos en agencia con nuestras hermanas y nuestra ancestralidad. No nos olvidamos de dónde venimos y lo que nos han hecho históricamente, que es querer extinguirnos. Con lo cual, enfrentar las máquinas asesinas, siendo solo una bailarina no es fácil. Pero ahí estaba yo, con una sensación de justicia simbólica, más viva que nunca, puesta en mi singularidad que es donde caben todas, como nos enseñó Margarite Duras, "cuando estamos en el sí mismo, en esa mayor individualidad, es cuando más cerca nos encontramos de la generalidad".
5. A lo largo de tu trayectoria, has trabajado con artistas de diversas disciplinas, desde el teatro y la danza hasta el cine y la música. ¿Cómo han influido estas colaboraciones en tu desarrollo artístico?
Que yo me lo haya permitido no es casualidad; ha sido y sigue siendo de vital importancia en mi camino circular por distintos espacios, y estar en contacto con artistas que admiro y respeto, con los que con el tiempo estableces lazos profundos. Es lo que me pasó con Marisa Lull, directora, actriz, bailarina y curadora valenciana, una trabajadora de las artes incansable. Ha vivido por todo el mundo y va tejiendo puentes entre artistas y espacios. La conocí a mi llegada a Madrid, fui su intérprete para una producción en el Teatro Español y, en la actualidad, seguimos hermanadas, ahora mismo impartiendo clases juntas.
Ese deseo también fue el que alimentó el hecho de migrar; necesitaba expandirme y dejar que mi cuerpo se colocara en otros lugares o se inventara su lugar. A la vez que es un regalo, también es una decisión como creadora transitar de un lugar a otro en este campo, nunca mejor dicho. El campo artístico es tan vasto que me he sentido invitada a inaugurarlo en mí de ese modo. Además, me encanta estrechar esas distancias que a priori se instauran. Quiero pensar que hemos comprendido que la concepción de disciplinas ha quedado obsoleta. La promiscuidad en las artes está pasando y seguirá pasando.
Ese desborde del lenguaje, la pérdida de fronteras, que debiese ser percibido como un valor, a veces se toma como una falta de respeto, poca comprensión, un desvío o una anormalidad, lo mismo que se le injuria a nuestras cuerpas. ¿Qué significa eso? Esas posturas asoman cuestiones importantes.
Actualmente colaboro como intérprete en la Cía. de Miquel Barcelona, aportando a su creación, la cual es un auténtico sueño. Su arte es un nido de afectividad y amplitud asombrosa; en su último espectáculo, Utopía, nos permitimos explorar la palabra, la voz, el cuerpo, los materiales, la escenografía, desde un sentir genuino y tremendamente experimental. Son lógicas con las que, por supuesto, coincido. Estas experiencias te muestran un horizonte, un lugar hacia donde mirar, pues van en busca de transformar lo que constriñe y oprime.
6. Este 2025 debutarás en las series Mariliende y Furia, además de la película Miss Carbon, donde compartirás escena con figuras como Blanca Martínez Rodrigo y Lux Pascal, bajo la dirección de Javier Ferreiro, Félix Sabroso y Agustina Macri. ¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con estos talentos y qué aprendizajes te ha dejado el proceso?
Una auténtica belleza, me he visto envuelta en un espiral de sensaciones inexplicables. Me lo he tomado con mucha humildad y goce; siento mucho compromiso con mi trabajo y el de mis compañeras. Cada una ha hecho su camino para llegar hasta aquí. Cada persona —artistas, directores, técnicos, maquilladoras, etc.— tiene toda mi admiración y calidez. Encontrarnos en el set, en camarines, y escucharles te da la vida. Constatamos todo el sacrificio y el amor con el que se entregan para hacer florecer su arte y hacer estallar el mensaje.
Recoges infinitas reflexiones, por ejemplo, el ímpetu de hablar de lo que necesitamos hablar como generación, poniendo cuerpos que pertenecen y dan cuenta de esas luchas e injusticias. Personas que, detrás de cámara y de camino a sus casas, siguen dando la batalla, pues ya sabemos que la realidad supera la ficción y la cosa allá fuera sigue siendo hostil para muchas de nosotras. Pero sobre todo, destaco la lucidez, el juego y la generosidad con la que se hace equipo, pues eso hace sentir una comunidad de artistas y obreras labrando algo en común. Y luego te haces de amistades, que eso ya es el mejor regalo.
7. Quisiéramos retroceder en el tiempo, hasta el año 2014, para recordar la “Noche Obstinadas”, una producción realizada en el GAM, bajo la dirección de Pablo Rottemberg. Esta obra exploraba los acontecimientos de las fiestas Spandex en Chile a principios de los años 90, un fenómeno moderno de libertad, resistencia y atrevimiento dentro de la escena nocturna. Cuéntanos... ¿Qué recuerdos tienes de esta puesta en escena? ¿Cómo fue la experiencia de llevar esta obra al teatro chileno?
Cada vez que vuelvo allí se me agita el corazón, en el mejor de los sentidos, de la manera más genuina que existe. Fue una obra que dejó una inmensa huella en mí. Para ser exacta, han pasado once años de ese proceso junto a un elenco sideral. Imagínate, ¡todas éramos unas chiquillas! Yo estaba tan habida de recibir y abrazar todo lo que pasaba frente a mis ojos que me fundí con un nivel de ligereza indecifrable en el universo Rottemberg. Nuestra conexión era tal, que cada día de ensayo, junto a Josefina Gorostiza, primera aliada en la dirección con Pablo, nos poníamos en la tarea de derrumbar umbrales tras umbrales, dejando que la creatividad engullera todo. Y si había algo de resistencia, por ejemplo, al desnudo o a la brutalidad de los movimientos, lo superábamos en breves, porque sin decirlo, comprendíamos que el mensaje o la obra trascendía a nuestra individualidad, a nuestros pudores, miedos e inseguridades, cuestión discutible por supuesto.
Pablo tiene su ética alojada en todo su ser, sus consignas vienen de una inteligencia puesta en un fondo muy material. Vive cada gesto que emerge del proceso. Es un artista que no tiene distancia con sus intérpretes; él se hacía parte de toda esa carne. Eso envuelve todo de un aura especial. Y algo que lo hace doblemente aúrico y deslumbrante es que el elenco fue una verdadera locura. Y no me malinterpretes, no es soberbia, todas estrellas mega luminosas. Es cosa de verles sus trayectos; siguen enamorando al mundo desde sus sensibilidades indomables.
Creo haber oído a Javier Ibacache que realizar esta obra era una verdadera apuesta y un desafío para el teatro chileno contemporáneo. Fue fundamental su gestión y un verdadero acierto traer a Pablo Rottemberg. Su creación retrata muy bien la opacidad y el brillo. No olvidemos que era una reivindicación a las luchas y resistencias a través de unas fiestas conceptuales, de tantas y tantas existencias oprimidas y marginadas que dejó la dictadura y que con rebeldía y genialidad fabricaron Daniel Palma y sus amigxs, para ayudar a Andrés Pérez.
Hay estéticas y lenguajes que pueden o no gustarte. Mucha gente salía del teatro escandalizada por vernos desnudas o por darnos bofetadas, pero ese era el Chile que nos habían heredado y estábamos escenificándolo: un país con su gente en tinieblas. En medio de eso ocurrían las Spandex. Un dictador aún a la cabeza, ¿qué más siniestro que eso? ¿Cómo haces convivir en escena esas potencias: vida, celebración, muerte, duelo, silencio? Muchos se paraban al medio de la obra irritados y abandonaban la sala, o las propias discrepancias entre el elenco. Frente a esa respuesta, siendo intérprete de la obra y siendo espectadora de obras similares, donde imperan pasiones más al límite, suelo preguntarme sobre la vida y sus prácticas, cuáles son los efectos que la obra quiere conseguir, tanto por su contexto, su tema, sus condiciones, etc., y si las formas y maneras son las propicias. Y luego que cada cual juzgue.
8. Como artista, ¿cuál es el mensaje que quieres transmitir a través de tu trabajo?
El baile siempre fue extramoral; mi cuerpo lo es. Con lo cual, para mí, bailar y ofender con mi presencia es sinónimo de salvar(nos). Bailar, performear, interpretar es una manera de no tener conmiseración con nadie, principalmente contigo misma. Te ayuda a salir de lo difícil que lo puedas haber pasado. Sales del tedio, del desencanto, y, por el contrario, se teje otra trama de tu propia vida: mundos paralelos, vidas posibles, citando a Pigluea.
Mi nueva pieza se titula The Bailaora: un baile inconveniente. En un mundo donde está todo hecho, somos lo que hacemos, y a la vez, el hacer va más allá de lo que eres o tu rol, o tu profesión, ¿sabes? Quiero sentir que bailó para hacer aparecer un cuerpo que, de pequeña, hicieron desaparecer. Bailar nos recuerda que tenemos un cuerpo y ese es mi camino.

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